Contar con la poesía

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Descripción

Título: Contar con la poesía
Autor: Estrella Ortiz
Ilustración de cubierta: Mª Reyes Guijarro
ISBN: 978-84617-0590-0
Nº de páginas: 224

sobre la autora

Estrella Ortiz es maestra y una de las fundadoras de la emblemática compañía de teatro Fuegos Fatuos.

A principios de los ochenta comenzó a contar cuentos en la Biblioteca pública del Estado de Guadalajara. Desde entonces (1983) hasta hoy Estrella Ortiz ha ido labrando su camino de palabras, sueños y cuentos. Son muchos años mirando a los niños y grandes a los ojos para abrir las puertas de la emoción y permitir que los cuentos entren a raudales en sus vidas. Son muchos los niños y niñas, los jóvenes y adultos que han viajado al mundo de la ficción de su mano. Estrella Ortiz se ha convertido también en una de nuestras embajadoras más internacionales, ha llevado los cuentos por lugares tan alejados como Chile, Argentina, Perú, Paraguay, Polonia y Sudáfrica, y tan cercanos como Portugal, Francia, Italia o todo el territorio nacional (que lo tiene bien recorrido). Pero al mismo tiempo ha encontrado momentos para soñar cosas tan imprescindibles para la oralidad como el Maratón de los Cuentos de Guadalajara o tan extraordinarias como la exposición de poesía visual Desde todos los puntos, y para escribir unos cuantos libros (Un cuento de dedos, De paseo, Cada oveja con su pareja…) entre los que destaca Contar con los cuentos -editado en esta misma colección-, sin duda el libro sobre teoría de narración oral más importante que se ha publicado en España en los últimos cincuenta años.

la contraportada

Este libro quisiera tratar no tanto sobre el amor a hablar de la poesía como sobre el afecto por practicarla. De modo que, a pesar de las limitaciones que impone la propia condición del texto, todo en él está encaminado a animar a leer, aprender y decir poemas. No es un tratado sobre métrica ni retórica –son otros los libros que se centran exclusivamente en ello– sino un estudio sobre los recursos necesarios para decir poesía de viva voz y de memoria.

La poesía regala sus dones al que se detiene a mirarla. Un poema memorizado es un texto traído del mundo de las letras, abstracto, al mundo de la carne y los huesos, el mundo del cuerpo: el nuestro. Una vez que poseemos un poema en la memoria, será él quien nos posea a nosotros: aparecerá cuando lo invoquemos y también vendrá por su cuenta, cuando le parezca bien acompañarnos, y eso siempre será hermoso.

La poesía regala sus dones a quien se detiene a decírsela a sí mismo y a quien se para, respira, y se la dice a otros. De este pequeño esfuerzo quiere tratar este libro. Y si bien las recompensas serán individuales, una parte del camino podremos hacerlo juntos. Se aprenden y dicen los poemas por curiosidad y por afecto, como ocurre con los cuentos. Los griegos nos han legado maravillosas etimologías como esta: la palabra poesía proviene del verbo poein y significa “hacer”. Ciertamente, esta palabra cargada de memoria sabe lo que dice. Hagamos, pues.

presentación

Cuenta Peter Kingsley en su libro En los oscuros lugares del saber, que a partir de Parménides, el concepto que se tenía del filósofo como aquel que practicaba en su forma de vida el amor a la sabiduría fue cambiando hasta que, en tiempos de Platón, un filósofo había pasado a ser aquel que amaba hablar de la sabiduría. Una diferencia, practicarla o simplemente hablar de ella, como se puede imaginar, trascendental.

En cuanto a poesía se refiere, este libro quisiera ser anterior a Parménides para poder tratar, no tanto sobre el amor a hablar de la poesía como sobre el afecto por practicarla. Para tal propósito, bien es cierto que existe una limitación importante: los libros no hablan. Y así como a quien quiere aprender a nadar es muy difícil explicarle sobre un papel las cualidades del agua, hablar de las aladas palabras estampándolas sobre una hoja plana no deja de ser una triste paradoja, habida cuenta de que el momento de la comunicación oral concilia muchos otros lenguajes además del escrito: la entonación, el volumen, la velocidad, la intención, la mirada, la emoción, el gesto, el ritmo, los silencios, la complicidad con los oyentes y su respuesta, elementos todos que conforman el lenguaje riquísimo e irrenunciable con el que se vive cualquier discurso, también el poema.

De modo que, a pesar de las limitaciones que impone la propia condición del texto, todo en este libro está encaminado a animar a leer, aprender y decir poemas. No es un tratado sobre métrica ni retórica –son otros los libros que se centran exclusivamente en ello– sino un estudio sobre los recursos necesarios para decir poesía de viva voz y de memoria.

La poesía regala sus dones al que se detiene a mirarla. Un poema memorizado es un texto traído del mundo de las letras, abstracto, al mundo de la carne y los huesos, el mundo del cuerpo: el nuestro. Una vez que poseemos un poema en la memoria, será él quien nos posea a nosotros: aparecerá cuando lo invoquemos y también vendrá por su cuenta, cuando le parezca bien acompañarnos, y eso siempre será hermoso.

La poesía regala sus dones a quien se detiene a decírsela a sí mismo y a quien se para, respira, y se la dice a otros. De este pequeño esfuerzo quiere tratar este libro. Y si bien las recompensas serán individuales, una parte del camino podremos hacerlo juntos.

Se aprenden y dicen los poemas por curiosidad y por afecto, como ocurre con los cuentos. Los griegos nos han legado maravillosas etimologías como esta: la palabra poesía proviene del verbo poein y significa “hacer”. Ciertamente, esta palabra cargada de memoria sabe lo que dice.

Hagamos, pues.

introducción

El propósito práctico de este estudio se aprovecha de la distinción que establecen los formalistas rusos entre texto y discurso: la denominación de texto se reserva para la composición escrita o literaria y la de discurso para la comunicación oral. En nuestro caso, aunque se trabaje con textos, el objetivo es hacerlos discursos, piezas comunicables de viva voz. En consecuencia, aun cuando se acepta el hecho de que en la actualidad un texto no suele ser creado con el fin de decirse de viva voz, pues es más que probable que la mayoría de los autores escriban en sus mesas de trabajo alejados del acto oral, nosotros, los narradores, estamos íntimamente comprometidos con el proceso que supone el pasaje de lo escrito a lo verbal, del texto al discurso.

El narrador vive a caballo entre la experiencia sonora y la imagen textual. El tema tradicional, aunque esté plasmado en el papel, ha vivido y evolucionado durante siglos en la memoria y en las bocas de muchas personas. Un texto literario, por el contrario, no ha realizado un viaje tan largo, si bien en ocasiones está dispuesto para ello; muchos temas poéticos de autor han entrado en la memoria colectiva y se han convertido por derecho propio en populares, adecuados para ser dichos o cantados una y otra vez, gracias a sus cualidades formales y de contenidos.

Este trabajo, por consiguiente, se centra en observar la estructura sobre la que se sustenta una pieza –como base fundamental para organizar el discurso y memorizarlo–, en descifrar las imágenes que conforman el plano simbólico y, por último, destaca el papel imprescindible de las aportaciones expresivas de voz y cuerpo en todo proceso comunicativo oral. Una tríada que aparecerá bajo otros aspectos más adelante. El ritmo, en diferentes niveles del discurso, se desvela como el componente estructural más destacado; así como en el plano simbólico la analogía, asimismo basada en la similitud, será la indiscutible protagonista con su torrente de asociaciones. Edgar Allan Poe lo dijo de manera muy bella:

“El verso tiene su origen en el placer que el hombre encuentra en la igualdad.”

Siempre me ha gustado la poesía, de modo que cuando empecé a contar cuentos supe que era una buena oportunidad para comunicarla. Al principio creía trabajar con dos cosas bien diferentes: de un lado los cuentos y del otro los poemas. Fue la curiosidad por investigar sobre el origen de las primeras historias y del lenguaje lo que me llevó a interesarme por un acontecimiento verdaderamente trascendental para la cultura humana: el invento de la escritura. Anterior a ella todo parece borroso, impreciso.

Supe entonces de la arqueología de las historias, de cómo se indagan en pinturas y grabados, en episodios inscritos en cuentos antiguos y en la etimología de las palabras. Las modernas nociones a propósito de la oralidad fueron para mí un verdadero hallazgo. Lecturas sobre el tema dejaron clara la distinción entre literatura y discursos orales, y a partir de ahí tuve la certeza de que, en efecto, la palabra solo era una parte del mensaje.

En algún momento del proceso también comprendí que la mayoría de los textos primigenios, esos que no pudieron copiarse de otros anteriores, sino de las historias habladas que circulaban en esos momentos –unos tiempos en los que la idea de autoría no existía–, llevaban en su seno las cualidades que continúan siendo válidas en las comunicaciones de nuestro mundo moderno y que, por cierto, desde un tiempo tan lejano para acá no parece que hayan cambiado tanto: disfrutamos con recursos más sofisticados, ciertamente, pero similares. Poco a poco reconocí en mi propio trabajo, en la experiencia con el público, que la principal manera de recordar es repetir. Que la reiteración cotidiana constituye la base de la comunicación afectiva y efectiva; una repetición que se produce en todos los niveles comunicativos: formal bajo el aspecto del ritmo y simbólico a través de las mil caras de la analogía. Andando y diciendo, el camino me llevó a mirar a la poesía no como la hermana de los cuentos sino como la madre de todas las historias. Unas apreciaciones que llegaban a la par que observaba los gustos de los niños y niñas por escuchar y aprender poesía, y los comparaba en mi imaginación con los que supuestamente tendrían nuestros antepasados cuando se contaban historias, versificadas en su mayoría. Y comencé a creer que, en ciertos aspectos, el principio de la humanidad continúa presente en cualquier recién nacido al que se le entretiene y se le ama con palabras: las primeras sin sentido, solo como si fueran música.

Grito, interjección, onomatopeya, canción. Todos estos aspectos del lenguaje comenzaron a tomar un valor especial, junto con las conclusiones que, a propósito de la poesía y los cuentos, me proporcionaba la experiencia como profesora de talleres prácticos. Enseñar siempre ha sido una oportunidad maravillosa de aprender; de modo que impartir cursos me empuja continuamente a seguir investigando sobre los comportamientos discursivos y a reflexionar sobre cómo compartir las experiencias para que sean provechosas.

Los humanos vivimos en el ritmo: las funciones corporales, el amor, los hábitos de todo tipo son un ir y venir, y volver a ir. Nacer, morir; la respiración, el latido. Y afuera para recordarlo, incansables, tenemos el sol, la luna, el mar, las estaciones, los ciclos de las cosechas, las migraciones… –“los siglos y la vida que siempre se renuevan”, que dijo Gioconda Belli–, en suma, el mundo sensible al completo se encarga de ponerle canción a nuestra existencia. Cómo no iba a teñirse el plano del significado con tanto flujo reiterativo que nos arrastra: ahí estamos los humanos, inventores del lenguaje, simbólico por naturaleza, percibiendo y aprendiendo gracias a las similitudes, expresando el ritmo en todas las creaciones. Y la poesía, la Musa, ahí está con nosotros, acompañándonos.

Desde los comienzos de este libro, yo misma he sido víctima involuntaria de la repetición al nombrar todos los capítulos precedidos inevitablemente por la palabra Poesía. Más adelante, mientras intentaba poner en orden tanto epígrafe, recordé a Robert Graves cuando dijo que los tres nombres primitivos de la Musa eran Memoria, Meditación y Canción. Ya había pensado sobre el asunto hacía tiempo, en una charla en la que lo asocié con los tres momentos del narrador oral: lo que quiere decir, lo que dice y cómo lo dice. Por analogía, vinieron también a mi memoria los estructuralistas con los tres sistemas de códigos que se expresan en las historias: el narrativo, simbólico y estilístico. Y por último, llegó otra tríada, también interesante para el enfoque de este trabajo, que distingue los tres niveles del discurso: estructura, interpretación y realización. No hace falta relatar aquí el cóctel que derivó en mi mente a vueltas con este trío de tríos. Solo decir que, final y felizmente, ganó la Musa (¡en la mitología clásica se dice que eran nueve!) y que, aliada en secreto con la analogía, me dieron por hechos los nombres de los apartados definitivos: Tierra, Agua y Viento. La Tierra como base, como estructura y memoria; el Agua como transparencia e imagen y el Viento como aliento y realización.

El acontecimiento oral se produce con una sincronía imposible de expresar en un escrito. Este libro se ha ido haciendo como la lluvia, de a pocos y todo a la vez, por lo que no se me ocurre ningún problema para que pueda leerse desordenadamente. La persona que busca recomendaciones prácticas podrá comenzar a leer por el apartado del Viento y, si quedase con ganas de profundizar, continuar por los siguientes apartados. Los planos formal, lo que denomino la Tierra, y estilístico, el Agua, van a la par en toda composición poética, de manera que el orden de lectura no importará demasiado. El apartado de la Musa con el que se inicia el libro contiene reflexiones en mayor medida que recomendaciones, y tal vez no sea necesaria su lectura… Por último, los Remansos –paradas en las que se centra la atención en un solo tema y quieren ser un descanso de contenido teórico– proporcionan la posibilidad al lector, al igual que ocurre en las casillas del juego de la Oca, de saltar de uno a otro para hacerse un recorrido exclusivamente práctico. Por mi parte no haré más sugerencias, que el lector o lectora haga lo que quiera.

Con este libro deseo expresar un profundo agradecimiento a las personas que han tenido a bien escucharme, público de cuentos y alumnas y alumnos de cursos, con quienes he podido probar, reflexionar y dar forma a lo que estaba bullendo a lo largo de tantos años. Gracias también a todas las escuelas y bibliotecas, a las personas a su cargo que confían en mi trabajo y me demuestran su aprecio. Sin la práctica continua, este libro no habría llegado a ser. Ni tampoco sin los y las poetas del mundo que tanto amor y necesidad por las palabras despiertan, y de quienes me considero feliz deudora.

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