El ganso pardo

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Descripción

Título: El ganso pardo
Autor: Paula Carballeira
Ilustración de portada: Juan Bruno
ISBN: 978-84-938409-7-6
Nº de páginas: 100

sobre la autora

Paula Carballeira nació en Ferrol en 1974 porque allí estaba el hospital, y no en Maniños, donde vivían sus padres y vivió ella hasta que se trasladó a Santiago de Compostela a estudiar Filología Hispánica. Desde muy joven averiguó que el mundo se puede descubrir jugando, y que jugando es como se hace el teatro y como se aprende a escribir. Desde que se licenció en 1994 se dedica profesionalmente a la narración oral y contando historias tiene la suerte de viajar por toda la Península Ibérica y parte del extranjero (Polonia, Chile, Brasil, Ecuador, Perú, Colombia…). Es socia de la compañía de teatro Berrobambán, participa como actriz y guionista en series de ficción y programas de la Televisión de Galicia y escribe libros de narrativa, poesía y teatro para lectores y lectoras de todas las edades. En castellano, están traducidos Correo urgenteHistoria de amores y de viajesMateoPacoSmara y El principio. En gallego tiene más de veinte títulos publicados.

la contraportada

La búsqueda de la inmortalidad nos vuelve monstruos. Cuando empezamos a considerar que ese fin justifica cualquier medio, la vida, esa vida que pretendemos conservar para siempre, no tiene otro sentido que el de vencer a la muerte. Aunque todo tiene un precio y, a menudo, no se paga con dinero, sino con sangre. Esta es la historia reinventada de Gilles de Rais o de Retz, un noble francés del siglo XV, compañero de armas de Juana de Arco, al que se asocia con la terrible figura de Barba Azul; pero, sobre todo, es la historia de Marie, porque la vemos a través de sus ojos y, al final, será su curiosidad la que nos guíe por el camino del que advierte el ganso pardo.

el libro empieza así

UNO

Poco antes de que reclamasen la presencia del mariscal, Marie vio al ganso pardo. Nunca antes se había fijado en él, pero el ganso parecía mirarla de reojo mientras caminaba marcando siempre el mismo recorrido, como un centinela. Marie quiso avisar a alguien, aunque no la tomasen muy en serio. Se sintió enferma. Notó un escalofrío en el pecho, un latido en la espalda. Después llegaron buscando al Mariscal y Marie estaba delante cuando le leyeron la orden de arresto, con ganas de que alguien más descubriese la presencia amenazante del ganso pardo, aunque no era buen momento para sus preocupaciones. El Mariscal tenía las suyas propias. Asentía a lo que le iban relatando, más por inercia que por confesión. Marie no oía las palabras del emisario, sino el sonido de las manos pálidas del Mariscal jugando con una piedra que le dejaba en los dedos reflejos de color sangre. Cuando el emisario dio por finalizada la lectura, el mariscal sólo asintió una vez más.

–Está bien. Voy a recoger mis cosas –dijo, pero no se movió– ¡Marie!

Y Marie se acercó. El Mariscal se arrodilló justo delante de la cara de la niña, que olió su aliento. Le recordaba a una bebida, o a una fruta.

–Escucha con atención lo que te pido, pequeña, y decide tú si quieres complacerme. Me gustaría que guardases bajo tu cuidado cierta caja que tengo en mi estancia. Esta noche, antes de dormir, dile a Adéle que te cuente su historia. ¿Lo harás, Marie?

–Lo haré.

–Muchas gracias.

Marie le sonrió. El Mariscal subió las escaleras de piedra, retorcidas como laberintos, con una escolta de soldados detrás. Cuando bajó de nuevo, el Mariscal vestía su armadura de guerra y llevaba una cajita de plata entre las manos. Al pasar al lado de Marie, se agachó para darle un beso. El emisario lo apartó de una patada.

–¿Es que no has tenido bastante? –le gritó con desprecio.

Pero el Mariscal ya le había entregado la caja a la niña.

A Marie no le parecieron formas de tratar a un hombre noble. Al Mariscal, evidentemente, tampoco. Salió de su propia casa con las mejillas encendidas de rabia.

En vez de prohibirle el llanto, Adéle abrió los brazos para recibir a Marie, por más que nunca había querido mimarla. Le acarició las trenzas y la apretó muy fuerte contra su cuerpo. Marie oía el corazón de Adéle y el rosario que murmuraba mientras veía alejarse al Mariscal hacia el ejército que lo esperaba en las colinas. Con los ojos entreabiertos por el sopor de la letanía, Marie creyó ver de nuevo al ganso pardo cuando entraron en la casa. A Marie le pareció que el ganso sonreía.

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