Los colores del miedo / As cores do medo

10,00

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Descripción

Título: Los colores del miedo / As cores do medo
Autores: Paula Carballeira y Pablo Albo
Ilustración de cubierta: Miguel ángel Díez
ISBN: 978-84-936710-5-1
Nº de páginas: 92
Edición Bilingüe (castellano / gallego)

sobre los autores

Paula Carballeira nació en Maniños, muy cerca de Fene, muy cerca de Ferrol, muy cerca del océano Atlántico. Allí descubrió que el mundo se comprende jugando y que jugando es como se hace teatro y como se aprende a escribir. Desde entonces tiene la suerte de vivir del cuento, lo que implica viajar mucho, con el cuerpo y con la imaginación. Es actriz, directora y lo que se tercie en la compañía Berrobambán y en proyectos de otras compañías de teatro, además de participar en series de la televisión de Galicia. En las noches de luna llena, se pone a escribir. Algunos de los libros que surgen en esas noches están publicados (los últimos: Boas noites Smara , éste con traducción al castellano); algunos están premiados, lo que les hace la vida más fácil; muchos otros esperan que la luna provoque un cambio de mareas que los lleve a buen puerto.

Pablo Albo nació en Alicante a la orilla de la mar mediterránea. Ya de niño tenía la mirada perdida como si acabara de recibir una pedrada o como si anduviera siempre pensando en sus cosas. De joven igual. No era despistado, aunque lo pareciera, es que andaba fabulando. Le puso tanto empeño que hoy por hoy no sabe hacer otra cosa: Inventar historias y contarlas de viva voz o por escrito. A eso se dedica, todos los días se levanta, friega lo que quedó de la cena de anoche, hace la cama, barre las pelusas del pasillo, da de comer a su erizo, le cambia el agua y se pone a fabular, sentado frente al escritorio o paseando por Albacete a donde le llevó un amor verdadero que tuvo y conserva o sentando frente a ese mar azul tranquilo de Alicante que cuando nadie mira le dicta las mejores historias al oído.

la contraportada

Al miedo le queda muy bien el color negro, porque en ausencia de luz podemos imaginar todas sus caras. Sin embargo, detrás de cada color hay una máscara con la que el miedo se disfraza, y la única manera de que el miedo no nos paralice es mirarlo cara a cara. Para eso hemos hecho este libro, para confesar nuestros temores, que, a lo mejor, se parecen mucho a los de quien lo está leyendo.

Ao medo acáelle moi ben a cor negra, porque en ausencia da luz podemos imaxinar todas as súas caras. Porén, detrás de cada cor hai unha máscara coa que o medo se disfraza, e a única maneira de que o medo non nos paralice é miralo cara a cara. Para iso fixemos este libro, para confesar os nosos temores que, se cadra, se parecen moito aos de quen o está lendo.

un cuento

La soledad de caperucita
A menudo, cuando me levanto, tropiezo con la soledad, que siempre me acompaña. Me meto en la ducha y casi no reacciono al agua caliente que va resbalando por mi cuerpo. Es como si siguiese dormida. Aprovecho la sensación, intento agarrarle los pies al sueño antes de que huya por la ventana y me deje con mi soledad, pero el sueño se va, despacio, sin atender a mis súplicas. Generalmente, la cama es tan agradable que me resisto a despertar de todo. Generalmente.

Ayer soñé que entraba en la ducha como cada mañana. Había una luz anaranjada, una luz que venía de todas partes. Era molesta. De hecho, cuando corrí la cortina para no mojar el suelo del baño, me alivió que la luz no estuviese tan fuerte. Me sentía bien dentro de la bañera con la cortina por delante, protegida, por eso empecé a cantar entre dientes, como rumiando la música. Estaba contenta. El agua me acariciaba y todo discurría con normalidad hasta que cerraba los ojos. Los había cerrado para escuchar mejor mi propia música, pero un miedo absurdo me hacía cosquillas en el estómago. Miedo a la oscuridad, mira tú, si solo tenía que abrir los ojos para que la oscuridad desapareciese.

Abría los ojos. La oscuridad desaparecía, el miedo no. Tenía la cortina delante. La cortina de la ducha, ligeramente teñida con la luz naranja que lo cubría todo. Notaba allí, detrás de la cortina, una presencia. Inmóvil, su sombra me decía que estaba esperando. El miedo trepaba desde mi estómago hasta el pecho, porque yo sabía, yo sabía que la sombra tenía su mirada clavada en mí. Y el miedo me advertía de aquella mirada, de unos ojos sin párpados ni pestañas, completamente abiertos para no perder ni un minuto de atención, para enloquecerte sin remedio.

Me sentía la niña de la caperuza roja. “Abuelita, abuelita, qué ojos tan grandes tienes”, y era como si la sombra de detrás de la cortina susurrase: “son para verte mejor”, y acabaría en la panza del lobo, que no era un lobo, que no era nada en realidad, porque estaba soñando.

Así que cuando salgo de la cama tengo la impresión de que las pesadillas nunca te dejan de todo, y lo pienso dos veces antes de meterme en la ducha, pero no es cuestión de descuidar la higiene por tonterías.

Me doy cuenta, con cierto asombro, de que la cortina de mi ducha es naranja. Está hecha con un plástico de cuadraditos naranjas. Siempre estuvo hecha con un plástico de cuadraditos naranjas, aunque solo hoy ese detalle hace que un escalofrío me suba por la espalda. Abro el grifo y el contacto con el agua me tranquiliza, me permite desperezarme y darle la bienvenida al nuevo día. Empiezo a cantar, primero entre dientes, pero luego cierro los ojos para cantar más alto. Y, de repente, me callo. Oigo cómo se abre la puerta del baño. Con los ojos cerrados se oye mejor. Hay alguien respirando muy cerca de mí, del otro lado de la cortina.

Abro los ojos y veo su sombra justo delante de mí. No puedo hacer nada. Aunque grite, aunque permanezca todo el día debajo de la ducha hasta que mi piel se arrugue como la de una vieja. No hay nada que hacer. En algún momento abriré la cortina y me encontraré con esa mirada, y enloqueceré. Lo sé. Porque quien está detrás de la cortina naranja no pertenece a este mundo, sino al de las pesadillas, y si está aquí es porque yo lo he traído.

“¡Abuelita!, ¡abuelita!”

“¡Calla, Caperucita! Tu abuela estaba sola, tan sola como tú. Abre la cortina, mírame a los ojos y ven con nosotros.”

A soidade de carrapuchiña

A miúdo, cando saio da cama, tropezo coa soidade, que sempre me acompaña. Métome na ducha e case non reacciono á auga quente que vai escorregando polo meu corpo abaixo. é coma se seguise durmida. Aproveito a sensación, intento agarrarlle os pés ao sono antes de que fuxa pola ventá e me deixe coa miña soidade, pero o sono marcha, paseniño, sen atender as miñas súplicas. Polo xeral, a calma é tan pracenteira que me resisto a despertar de todo. Polo xeral.

Onte soñei que entraba na ducha como cada mañá. Había unha luz alaranxada, unha luz que viña de todas partes. Non era agradable. De feito, cando corrín a cortina para non enchoupar o chan do baño, alivioume que a luz non estivese tan forte. Sentíame ben dentro da bañeira coa cortina por diante. Protexida. Por iso comecei a cantar, entre dentes, coma rumiando a música. Estaba contenta. A auga aloumiñábame e todo discorría con normalidade ata que pechaba os ollos. Eu pecháraos para escoitar mellor a miña propia música, pero un medo absurdo nacíame no estómago. Medo á escuridade, mira ti, se só tiña que abrir os ollos para que a escuridade desaparecese.

Abría os ollos. A escuridade desaparecía, o medo non. Tiña a cortina diante. A cortina da ducha, lixeiramente tinxida coa luz laranxa que o cubría todo. Notaba detrás da cortina unha presenza. Inmóbil, a súa sombra dicíame que estaba alí, agardando. O medo agatuñaba desde o meu estómago ata o peito, porque eu sabía, eu sabía que a sombra tiña a súa mirada cravada en min. E o medo advertíame duns ollos sen pálpebras nin pestanas, completamente abertos para non perder nin un minuto de atención, para tolearte sen remedio.

Sentíame a nena da carrapucha vermella. “Avoíña, avoíña, que ollos máis grandes tes”, e era como se a sombra de detrás da cortina besbellase “son para verte mellor”, e acabaría no bandullo do lobo, que non era un lobo, que non era nada en realidade. Porque eu estaba soñando.

Así que saio da cama coa impresión de que os pesadelos nunca te deixan de todo, e pénsoo dúas veces antes de meterme na ducha, pero non é cuestión de descoidar a hixiene por parvadas.

Decátome, con certo abraio, de que a cortina da miña ducha é laranxa. Está feita cun plástico de cadriños laranxas, sempre estivo feita cun plástico de cadriños laranxas, aínda que só hoxe ese detalle fai que un arrepío me suba polas costas. Abro a billa e o contacto coa auga tranquilízame, permíteme espreguizarme e darlle a benvida ao novo día. Comezo a cantar, baixiño primeiro, pero logo pecho os ollos para cantar máis alto. E, de súpeto, calo. Pareceume sentir a porta do baño. Cos ollos pechados escoitas mellor. Hai alguén respirando moi preto de min, do outro lado da cortina.

Abro os ollos e vexo a súa sombra xusto diante. Non podo facer nada. Aínda que berre, aínda que permaneza todo o día debaixo da ducha ata que a miña pel se engurre coma a dunha vella. Non hai nada que facer. Nalgún momento abrirei a cortina e topareime con esa mirada, e tolearei. Seino. Porque quenquera que estea baixo a luz laranxa non pertence a este mundo, senón ao dos pesadelos, e se está aquí é porque eu o trouxen.

“Avoíña!, avoíña!”

“Cala a boca, Carrapuchiña!. A túa avoa estaba soa, tan soa como estás ti. Abre a cortina, mírame aos ollos e vén connosco.”

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