«La mujer del pez… es el primer libro de una colección, Tierra Oral, que Pep Bruno creó en su día a través de Palabras del Candil, como indica en la presentación del libro que comentamos, para “…acercar la oralidad al territorio de lo escrito” y muy en especial “los cuentos que durante siglos se han contado y escuchado en las casas, las calles, los campos, las escuelas. Cuentos que han sobrevivido a generaciones de narradores espontáneos y que, a pesar de los grandes cambios que afectan a nuestra sociedad, siguen vivos”. Lástima que esto último ya no se cumpla casi del todo, puesto que en los tiempos que corren es muy difícil encontrar en los pueblos de Guadalajara alguien que nos relate un cuento tal y como se hacía en los años setenta y ochenta, es decir, recreándose en su narración, gesticulando, cambiando el tono de la voz cuando la ocasión lo requiera, dándole la extensión necesaria, refiriendo detalle a detalle todas las fases de que consta…
Entonces había más de eso que llamamos tiempo y no estábamos tan afectados por tantos “medios de comunicación”, que tanto nos incomunican y aíslan (y si no que se lo pregunten a tantísimos niños presos, encadenados, a su ordenador). Entonces, el abuelo, sentado en el escaño -frente a la lumbre baja donde chisporroteaban unos leños-, con su nieto sentado en las rodillas, contaba un interminable cuento al que daba la entonación debida, al tempo correspondiente, procurando que los ojos del niño se abrieran más y más ante la sorpresa esperada a cada momento. Hoy, ya no hay fuegos de leña y el abuelo está viendo la tele en solitario porque al nieto lo de los cuentos le importa un pito y está más atento al “chateo” con sus amiguetes que a los “cuentos” del pasado.
Los tiempos cambian, cosa que es normal. Pero si los tiempos cambian, también los cuentos se adaptan a estos tiempos y se narran de otra forma, mucho más abreviada, mucho más sincopada, quedando apenas unos trazos, unas escuetas pinceladas de aquel cuento origen que, en ocasiones, cuesta reconocer. Precisamente, hace unos días, hablábamos de esto Eulalia Castellote, coautora de este libro, y yo.
A pesar de todo la idea de Pep Bruno no deja de ser estupenda, ya que los cuentos quedan registrados y así podrán ser leídos por quienes nos sigan.
La colección de cuentos que contiene este libro comenzó a fraguarse a finales de los setenta, cuando Eulalia Castellote llevaba a cabo diversas encuestas etnográficas, necesarias para completar su tesis doctoral, labor que posteriormente fue continuada por algunos alumnos suyos pertenecientes a la Escuela Universitaria de Magisterio de Guadalajara y de la Universidad de Alcalá, así como también por parte de otros alumnos, en este caso de José Manuel Pedrosa, pertenecientes a la misma Universidad; encuestas que llegaron hasta el tiempo presente.
El resultado es quizá un repertorio de cuentos un tanto irregular y heterogéneo según indican sus autores, que sin lugar a dudas creemos que ha contribuido a “impedir que se pierdan en el olvido, y para lograr que queden como testigos, ya sin duda muy tardíos y epigonales, pero enormemente valiosos, de una tradición oral, la de la provincia de Guadalajara, que debió ser riquísima, pero que hoy puede darse por muy aminorada…” teniendo en cuenta, además, que la mayor parte de los informantes ya han desaparecido.
Como hemos dicho, la recopilación comenzó con las correspondientes encuestas y su trascripción, que corrió a cargo de un grupo de alumnas, labor que después completarían los editores del libro -Castellote y Pedrosa- custodiando debidamente las mencionadas encuestas como fuentes escritas y buscando en ellas los textos narrativos más destacables para trascribirlos, comentarlos e interpretarlos con el fin de destacar sus valores literarios y culturales. Queda patente en el epílogo, que en realidad se trata de un profundo estudio de algunos relatos de esta colección, realizado por José Manuel Pedrosa, que ocupa las páginas 185 a 254 y del que pueden extraerse algunas conclusiones principales:
- La dificultad de reunir una colección como esta, tan importante tanto por la cantidad de cuentos, como por la extensión de los mismos.
- La posibilidad de apreciar en los mismos cantidad de aspectos antropológicos, sociales y psicológicos que nos permiten un mayor acercamiento tanto al imaginario, como a la mentalidad de nuestros antepasados, y
- El reconocimiento de que no estamos solos en el mundo, puesto que muchos de estos cuentos son conocidos en otros países, lo que les confiere un aspecto de universalidad que debe ser tenido en cuenta.
Todo lo anterior indica que los cuentos recopilados no son meras ruinas del pasado, sino que, además de sana diversión, sirven para que la humanidad se respete mutuamente.
El libro consta de noventa y cinco cuentos, de los que cuatro son de animales; nueve, maravillosos; uno religioso; cinco se pueden catalogar como cuentos-novela; treinta y seis satíricos; tres formulísticos, y treinta y siete corresponden a leyendas e historias de carácter local (siguiendo la conocida clasificación de Aarne/Thompson: The types of the folktale: a Classification and Bibliography (2.a revisión, Helsinki 1981), actualizada por Uther: The types of Internacional Folktales: A Classification and Bibliography, Helsinki 2004).
No quisiéramos finalizar sin dejar constancia, a modo de ejemplo, de unode ellos. Concretamente hemos elegido “La mujer del pez”, que fue contado por Amalia G. R., de Alpedrete de la Sierra, nacida en 1943, que forma parte del título de la presente compilación, y que dice así:
“Eran tres hermanas. Entonces resulta que iban de merienda a un lago. Y una de ellas, pues se entretenía en echarle el bocadillo a un pececito. Entonces, tó los días que iba allí, le echaba la comida. Y el pececito tó los días salía. Entonces, ella le puso Lucifer, al pez. Resulta que las hermanas ya la observaron que no se comía ningún día la merienda, y dijeron, dice:
–Bueno, pues ¿qué hace esta muchacha con la merienda?
Resulta que la estuvieron oservando, y ya, pues la vieron que lo guardaba y se iba luego al lago. Entonces, llegaba allí al lago, y decía:
–¡Lucifer!
Y salía el pez, le echaba la comida y se volvía a marchar. Entonces resulta que fueron un día las hermanas, y le llamaron:
–¡Lucifer!
Y salió Lucifer, y le mataron, al pez. Entonces, resulta que luego que ella [fue] a ver al pececito. Y, al llegar, pues le llamó. Pero el pez no salía. Resulta que luego, por la noche, la pusieron de cenar pescao. Y ella ya se lo figuraba de que había sido de Lucifer.
Las espinas resulta que ya las cogió tó las espinas, y las sembró. Las sembró, y salió un árbol precioso. Cuando pasaba ella, pos tó las flores y tó las ramas se echaban al suelo. Y, cuando pasaban las hermanas y querían cortar una rosa, todas subían para arriba. No podían, no alcanzaban.
Y colorín colorado, este cuento se [ha] acabado.”
Un libro ameno, de los que ya van quedando pocos, en el que se conjugan las narraciones populares con el ejemplar estudio del epílogo.
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