Esta semana hemos estado muy poco activos en el blog y ha sido porque había mucha tarea. Tenemos entre manos tres libros y dos de ellos van ya muy avanzados y esperamos que a mediados de marzo estén ya preparados para ir a las librerías.

El libro que ya está casi preparado para entrar en imprenta es el de Los cuentos de Ahigal. Os dejamos aquí un cuentecito para que os hagáis una idea de lo bien que están contados y de lo divertidos que son.
Que lo disfrutéis.

203. EL CURA PREÑAO [Cardigos 1739*B]

Esto pasó aquí, mu pa atrás, aquí pa Ahigal, de muchos años pa atrás, que a mí me lo han dicho que jue pa aquí. Eso era que el alcalde tenía una posá y tenía al cargo de la posá a la su hija, mu jaquetona la su hija. La hija estaba moza, ¿entiendes? Pos llegó a la posá un viajante y empezó a jacer cosas con la hija del alcalde, y le dicía el viajante:

—Si te estás quieta, aluego me caso contigo.

La posaera, que no y que no. Pero el viajante, que si me caso, que si no me caso, déjame y me caso contigo. A lo último ya se dejó. Aluego lo que jizo el viajante jue escapalse, que se escapó pa siempre. Se pone la posaera a llorar y llega el su padre, que el su padre era el alcalde, a preguntale que por qué llora, y la su hija:

—Es que soy una desgraciaíta. El viajante me ha robao la vergüenza y encima me ha dejao.

El su padre se pensaba que la había dejao por ilse, pero ella lo que le quería dicir al su padre es que la había dejao con un muchachino en la barriga. De que ya se entera bien del to, va el padre:

—Hija, esto tenemos que arreglalo como mejol sea. Mientras yo arreglo la custión, pos que naide se entere.

Coge el alcalde y ya que llega pa casa del médico, y le dice el alcalde al médico, le dice el alcalde:

—A la mi hija le pasa esto, esto y lo otro.

Eso, ¿no?, que la su hija estaba pa alantre, y to eso. Y el médico le dijo que qué le daba por arreglale el javío a la su hija. El alcalde queó en que le daba cuarenta riales y la mula torda, que cuarenta riales y la mula torda… ¡menúa fortuna! Ya que jacen el trato, le dice el médico:

—Ya verá usté cómo el muchachino se lo enjareto yo al señol cura.

Resulta que el cura del pueblo estaba mu gordo, mu gordo el bicho, y el probe se estaba curando de un reúma. Pos ya que estaba pa nacer el muchachino de la posaera, va el médico pa ande el cura y le da un ungüente conque pal reúma y que tenía que jincálselo de un sorbo. Dispués de jincalse el ungüente le entró un retorcijón pa morilse el cura. ¡Y venga a tiralse peos! Sale corriendo la criá del cura pa ande el médico:

—¡Que mos se muere el cura!

Y el médico:

—Vaite pa allá, que estoy atendiendo otra custión y en cuanto que acabe voy ande el cura.

Lo que pasaba es que la otra estaba teniendo el muchacho. Pos ya que lo tiene, coge y lo mete en la mochila de las medecinas y se va pa ande el cura. ¡Coño! Allí estaba el cura revolcándose de los retorcijones y peiéndose una cosa mala. Entra pa adrentro y le dice al cura:

—Usté no tiene na que no puea tener arreglo. Lo que le pasa es que usté está preñao, y mientras que no cague al muchachino no hay na que jacer. Ahora le voy a dar una medecina pa que no le duela la pariúra.

Conque ya manda pa ajuera, que se salga la criá. De mo que cuando se quea solito le endiña la medecina al cura y se quea dormío como un ceporro. Pos con este ungüente le se quitaron los retorcijones y la peorrera. Asín que al pronto saca al muchachino de la mochila, le jarrea unos güenos gasnatones y se pone a berrear el niño:

—¡Gua, gua, gua…!

Aluego ya llama a la criá pa dicile que vista al muchachino. Ya que entra la criá, se pone la criá a pegar voces toíta loca de contenta:

—¡Que el cura ha tenío un hijo! ¡Que el cura ha tenío un hijo! ¡Esto es un milagro de Dios! ¡Esto es un milagro de Dios!

Claro, que ya empezaron a cuidiar al niño bien cuidiao el cura y la su criá. Ya que se entera el cura del Guijo de que el cura de Ahigal había tenío un muchacho, viene pa acá pa la noragüena. Y el cura del Guijo, le dice el cura del Guijo al cura de Ahigal:

—¡Chacho! ¿Cómo ha sío ese milagro de tú haber parío un muchachino?

Y el cura de Ahigal:

—¡Qué, coño, milagro ni milagra! Eso jue de cuando el obispo se queó por la noche en la mi casa, y me dicía el obispo: “Tú, Dámaso, quieto, quieto, que no va a pasar na”. ¡Y mira cómo ha pasao!

De golpe al cura del Guijo le se empieza a poner la cara más blanca que un enjalbegao, y le dice el cura de Ahigal:

—¿Pos qué te pasa que se te ha queao la cara toa blanca del to?

Y el del Guijo:

—¿Que qué pasa? Pos que la semana pasá estuvo el obispo en la mi casa y me dijo los mesmo: “Tú, quietito, quietito, que no te va a pasar na”. Y lo malo es que me estuve quieto del to.

Y ya está, que el cuento se acabó, asín que colorín colorao, que éste es el cuento del cura preñao.

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