A la sombra del cuento

12,00

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Descripción

Título: A la sombra del cuento (segunda edición)
Autora: Charo Pita
Ilustración de cubierta: Raquel Marín
ISBN: 978-84-611409-5-4
Nº de páginas: 139

sobre el autor

Nací a la edad de seis años cuando terminé de leer mi primer libro. Desde ese día mi edad se ha ido adaptando hasta hacerme sentir contemporánea de todo el mundo.

Resulta difícil decir algo sobre mí salvo que siempre estoy a medio camino: ni niña ni adulta, ni gorda ni flaca, ni rubia ni morena, ni india ni vaquera, ni de aquí ni de allí, una salvaje apacible, entre el polvo del viaje y la modorra de una butaca vieja, unas veces con la palabra en la boca, otra con la música…

Mi trabajo como narradora abarca diversas áreas de lo fabuloso, también imparto talleres de narración oral.

Desarrollo mi actividad como narradora oral desde el año 1994 por todo el ámbito de la geografía española.

Soy licenciada en filología hispánica por la Universidad de Salamanca.

Como escritora he recibido algunos premios literarios y hasta el momento he publicado Igor (ed. Kalandraka, 2001), Desde Arcadia para Govinda (premio de poesía Espiral Mayor,2002), Alguien de Alguna Parte, (Brosquil Ediciones, 2004), O Arco da Vella (ed. Xerais, 2009), Viejecitas (ed. OQO, 2009) así como artículos en diversas revistas de literatura.

En el año 2000 grabé un disco con el grupo de música medieval Malandança en el que participo como narradora y cantante.

Y con esto disfruto, viajo, conozco gente, sonrío, me emociono e intento que mis palabras, y mis silencios, sean tuyos.

la contraportada

La conocida narradora Charo Pita nos regala una excelente colección de cuentos que parecen como susurrados desde muy cerca. Cuentos intensos, emocionantes y de una gran hondura, cuentos que, desde el momento en el que pasan por el ojo ya nunca se separan de nosotros. Cuentos íntimos, de una gran calidad literaria, que son un regalo para el corazón.

un cuento

Paisaje con parto
A Tina y a Emilia
El 18 de diciembre de 1943, en la Quintana de Negales, Valdesoto, Bernardo Pichón, aprovechando el menguante, plantaba los ajos de la temporada con un ahínco tal que tardó en darse cuenta de que una mujer le hacía señas desde una casa cercana.
-¡Ya es la hora! ¡Ya es la hora!
El hombre soltó la cesoria y corrió hacia el gallinero. La mujer esperó con paciencia de anciana, inmóvil bajo el marco agrietado y solo cuando Pichón comenzó a agitar una esquila por el prado espantando les vaques que pacían tranquilas y con ellas a cualquier maligno que flotara en el aire, solo entonces cerró ella las ventanas y después uno a uno el resto de los postigos y de las puertas para evitar en la medida de lo posible que los malos espíritus, si es que los había, entrasen en aquel lugar, no fuese que, aprovechando la fragilidad del momento, se instalaran en el vientre de la preñada malogrando el bebé a última hora.
La partera atizó las brasas de la cocina y se acercó a la mujer que yacía sobre un lecho junto al fuego. Con sabiduría lenta, palpó su vientre y confirmó que la criatura ya se había encajado.
-¿Qué tienes en la mano?
La pregunta cogió por sorpresa a la parturienta quien, extendiendo el brazo, acertó a decir:
-Nada.
La anciana observó con tristeza los nudillos que se le mostraban, no la palma, y los sumó a las otras muchas señales que había observado: las moscas zumbando siempre lejos de la preñada, la barriga empinada, las hojas de castaño agitadas sobre la mesa de la cocina…
“Si eres mujer déjate estar, si eres hombre échate a volar.”
-Otro varón y ya van tres.
La parturienta suspiró.
-Mal no nos venía una niña, abuela.
La anciana no respondió y con el cuidado de quien todavía vislumbra una luz murmuró una salmodia y colocó un ramo de violetas casi marchito en un vaso de agua fresca. Después preparó un cuenco de vino caliente con miel y se lo dio a beber a la nuera.
-Ha llegado el momento. Levántate, Josefa. La cama es para hacerlos, el suelo para tenerlos.
La parturienta se dejó rodar sobre el lecho, el cabello agitándose sobre sus hombros a la manera de la hojarasca. Se incorporó muy despacio, con la dignidad de una reina, hasta sentir toda la abundancia de su gravidez ensanchándole las caderas. Una vez en pie se acuclilló, los muslos bien separados sobre una sábana blanca rodeada de toallas. Notaba como la vagina violácea expandía su abrazo al recién llegado y cómo le llovía agua de las entrañas en abundantes chorros casi calientes que brillaban sobre su piel a la luz de las lámparas. El vientre estaba terso y sereno y de pronto infinitamente duro y redondo. Las contracciones se sucedían rítmicas, irremediables, hasta poseerla por completo y las ideas y los deseos se le arracimaban en uno: parir, solo parir, todo parir. Así se abandonó la mujer a su irremediable preñez, sintiendo cómo se le imponía la curva poderosa de un cuerpo que era ella misma; así asistió por tercera vez en su vida a ese instante perfecto en que no sabía ser más que carne abriéndose al mundo.
-¿Ya sale, abuela?
-Ya va saliendo.
-Y ¿cómo es?
La anciana separaba, tiraba, confortaba, limpiaba, cortaba, acariciaba y sus ojos seguían atentos los signos del nacimiento.
-Es noble porque nace de cara; enérgico y solidario, de eso no hay duda, puesto que empuja contigo; tenaz y valiente, que no he percibido en él desánimo alguno, ni que ceje en su empeño; no quiere hacerte sufrir, por eso sé que será amigo y generoso…
-¿Y?
-Y ahora que ya lo tengo en mis brazos puedo decirte que es callado, y algo tímido, pero fuerte y justo pues llora lo necesario, pero no se regocija en el llanto…
-¿Qué más, abuela?
-Sus miembros son largos y, aunque recién nacido, tiene el cabello claro y espeso como un hermoso león y…
La anciana, con el bebé en brazos, alzó la vista. Sus labios temblaron en un murmullo asombrado. Junto a la cocina las violetas se habían abierto y lucían silvestres en la boca del vaso.
La madre se dejó caer sobre la sábana, se abrió la camisa y alzó con orgullo sus pezones carnosos.
-Deme a mi león, abuela, dijo tendiendo los brazos.
-Toma a tu leona, Josefa.

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