Cartas a un joven narrador

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Descripción

Título: Cartas a un joven narrador
Autor: Bruno de La Salle
Traductora: Brigitte Arnaudiès
Ilustraciones: Lourdes Quesada
ISBN: 978-84-608-8874-1
Nº de páginas: 196

la contraportada

Para ti, si quieres ser narrador o ya lo eres, para ti también si te interesan las historias y lo que ocurre cuando las escuchas, para todos los que disfrutan con ellas y se hacen preguntas. Este pequeño libro es para vosotros.

A través de sus Cartas a un joven narrador, Bruno de La Salle nos ofrece un vademécum para aprender a contar y a apreciar este arte practicado desde la noche de los tiempos.

El cuento y el arte de contar son siempre actuales pero también se han vuelto imprescindibles en nuestra civilización donde la tecnología tiende a olvidar la narración oral.

Este juego de la narración tranquila es una estupenda ventana abierta hacia la esperanza, hacia nuestro porvenir y, seguramente, nuestra supervivencia.

Se recomienda saborearlo tranquilamente.

el autor

La trayectoria de Bruno de La Salle va de la mano del renacimiento del cuento contado, allá por los años 70 del pasado siglo, siendo uno de los pioneros del arte y oficio de la palabra dicha en Francia.

En 1981 participa en el Festival de Aviñón narrando la Odisea. Luego vendrían otras obras maestras: el Relato del Diluvio, el Ciclo del Rey Arturo… Estos relatos alimentaron un centenar de emisiones radiofónicas de 1979 a 1998 en la emisora France Culture.

Crea el Conservatorio de Literatura Oral en Vendôme donde también inicia en 1991 el taller profesional de narradores (Fahrenheit 451). Allí es donde adquiere y elabora un método de enseñanza relativo a lo que hoy llamamos las artes del cuento y de la palabra.

una carta

Acércate, una carta se escribe en voz baja.

Sería mucho mejor que nos encontremos directamente en carne y hueso. Mucho mejor que hablemos, que estemos el uno enfrente del otro y que descubramos en este instante los secretos que tenemos en común.

¡Ojalá! Pero no podemos estar juntos. La primera razón para escribir una carta es la ausencia.

Los ancianos decían que la palabra vuela y el escrito queda. Cierto es que las palabras se nutren de respiraciones, sonidos, música y que vuelan. Pero no vuelan a cualquier parte. Son como flechas, apuntan hacia una dirección o a alguien aunque a veces fallen o sean evitadas. ¿Será mejor? ¿Será peor? Quién sabe… pero para el que cuenta será una pena dado que sus flechas no sirven para matar sino para tocar.

Obviamente la escritura también tiene un destinatario. Seguro que a ella también le gustaría volar pero la palabra escrita descansa en el papel, incluso a veces en los frontones de piedra de los monumentos.

Cuando tenemos mucho que decir, la escritura tarda en ver la luz; y si hablamos del peso de las palabras, cuantas más haya, más pesan. Acumulamos páginas en libros, amontonamos libros en estanterías, luego juntamos estanterías en bibliotecas. Desde que se pintaron las palabras sobre los papiros para no olvidarlas, muchas se han quedado dormidas en inaccesibles bibliotecas-dormitorio.

Una carta es distinta, pesa menos, una carta se manda, se lleva, se recibe, se conjuga con el tú o con el nosotros. A fin de cuentas nos acerca unos a otros. Entonces, en nuestra lejanía, te escribo una carta. Podrás prestarle tu propia voz tal y como se hacía antaño. Así tu voz te recordará por un instante a la mía, tal vez sea simplemente un mensaje electrónico. Pero, sea cual sea su forma, lo más importante será siempre el deseo de acercamiento.

Historia:

Érase un hombre viejo que se había alejado del mundo. Su nieto a veces lo iba a visitar llevándole lo que más necesitaba y recogía las cartas que su abuelo escribía a sus familiares. Las cartas estaban escritas con letras cada vez más grandes, se hacían gigantescas… El niño pensó que su abuelo veía cada día menos y la vez siguiente se propuso llevarle gafas.

El abuelo sonrió: “No, mi vista no disminuye, pero sí aumenta la distancia que me separa del mundo y mi miedo a que se vuelvan sordos los que lean mi cartas.

A pesar de nuestras discapacidades e imperfecciones, de nuestras sorderas y memorias deshabitadas, de nuestras ausencias, del alejamiento, expreso el deseo de que tu lectura y mi escritura nos lleven hacia lo que tenemos que descubrir juntos.

Durante cierto tiempo vamos a escribirnos más que hablarnos. Tu deseo de aprender es tan grande que despiertas el mío. Te lo agradezco.

Veo, al final de estos intercambios, que hemos hablado de temas variados. Me he permitido alejarme de la cronología de tus preguntas y mis propuestas para ordenarlas en temáticas.

Guardo para empezar las que evocan las cualidades necesarias a la escucha y a la narración. Como nos son dadas desde la infancia nos resultarán valiosas cuando necesitemos encontrarlas de nuevo.

Te propongo recordar después nuestras conversaciones sobre los cuentos y los relatos propiamente dichos, sobre este océano inmenso donde se vierten los ríos de historias que constituyen nuestro acervo. Luego retomaremos las preguntas tuyas sobre esta misteriosa y simple oralidad narrativa casi olvidada hoy en día pero que ha permitido a las historias llegar hasta nosotros.

Me preguntaste mucho sobre las maneras de contar y las habilidades necesarias para un narrador que se lanza en este oficio. Era de absoluta necesidad tratar esto antes de dejarte jugar con ellas.

En fin, llegando ya a la conclusión de nuestros intercambios, hemos tratado de describir la meta que perseguimos todos, este juego de la narración tranquila a través de la cual reconstruimos el puzle de nuestra historia y el de las personas que nos rodean.

¡Acércate un poquito más! A pesar del tiempo y de la distancia que nos separan y siempre nos separarán por muy cerca que nos encontremos, una carta se escribe en voz baja.

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