Descripción
Título: Cuaderno de imágenes
Autor: Pep Bruno
Ilustración de cubierta: Paula Montávez Langa
ISBN: 978-84-609-9384-1
Nº de páginas: 148
la contraportada
El conocido cuentista Pep Bruno reúne un total de veinte cuentos de sus primeros años en el oficio. El autor del libro es también narrador oral, por lo que no debe extrañarnos que muchos de estos textos hayan pasado al territorio de la oralidad y sean contados en sesiones de cuentos para adultos; son, pues, cuentos que han mostrado su buen hacer en las tablas de los escenarios, cuentos que se han colado por las orejas y los ojos del público hasta asentarse en los corazones de quienes escuchaban. Son, en definitiva, cuentos que vienen a reposar a la orilla de este libro para llegar como un río de palabras al mar de los lectores.
Cuentos de muy variados temas y estilos, con formas dispares, cuentos divertidos y emocionantes. Cuentos como ventanas que se abren para dejar entrar el aire del mar, para dejarnos salir de la vida cotidiana.
un cuento
La matanza
A la fiesta había que asistir de escrupulosa etiqueta, ellos con esmoquin y ellas con traje largo para la ocasión. Era importante la asistencia por parejas -según dictan obsoletas normas sociales- de sexos opuestos, se entiende; aunque se permitió alguna excepción y parece ser que hubo más de cuatro solteros en el local.
Hasta aquí todo parecía normal, normal como la cena (23.500 pts. el cubierto, 147 euros decían las tarjetas de invitación), el confeti, la orquesta, las uvas con las doce campanadas… una típica fiesta de fin de año aunque con un cierto aire pijo. Pero no se dejen engañar, a eso de las dos y media, cuando el personal se encontraba enardecido por el baile y el alcohol, vino el plato fuerte.
La orquesta dejó de tocar. Se desalojó la pista de baile. Unos camareros colocaron una especie de mesa metálica, como una parrilla alta, en la que cabría un hombre tumbado. Silencio y expectación. A un lateral de la sala se formó un pequeño pasillo de gente. Alguien murmuró: “Ya viene”. Una respiración entrecortada, un breve gemido, un trote inquieto y enseguida hizo su aparición en la sala el cerdo. Todos pudieron verlo. La gente se apartaba a su paso. El cerdo gruñía hosco, buscaba refugio, se movía por todo el local intentando encontrar olores familiares… todo era silencio y asombro. Sólo el cerdo se movía. A su paso la gente se apartaba y sentía temor, o asco, o admiración… De repente alguien gritó: “¡Ahora!” y todos se abalanzaron sobre el animal. éste jadeaba, gruñía, ladraba, daba mordiscos en el aire. Estaba atrapado. Había manos sujetándole de las orejas, el rabo, las patas, el lomo… Lo arrastraron hasta la mesa, lo tumbaron en ella. El matarife había enganchado su garfio en la mandíbula inferior y colocaba la cabeza ajeno a los gritos del cerdo. Se podía mascar la tensión. Alguna mujer no pudo resistir los afilados gruñidos del puerco que presentía la muerte y se desmayó. Algún hombre también. El matarife hincó el cuchillo en la garganta del animal llegando hasta el corazón. Se recogía la sangre en un barreño en el que ponía “beba cocacola”. Tras los últimos estertores, finalizada la agonía de la bestia, sonó el aplauso entusiasmado del público. Muchos espectadores tenían manchas de sangre en las camisas. La orquesta comenzó a tocar. Algunas parejas salieron a bailar. El matarife siguió descuartizando al cerdo en un lado del recinto. Algunos curiosos miraron las maniobras iniciales (alarde de destreza). Pronto todo continuó como al principio. Ni siquiera se llegaron a rifar las piezas de carne resultantes. A nadie interesaban.
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