El murmullo de las palabras olvidadas

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Descripción

Título: El murmullo de las palabras olvidadas
Autor: Mauricio Linares
Ilustración de cubierta: Lourdes Quesada
ISBN: 978-84-606-5533-6
Nº de páginas: 88

sobre el autor

Mi Nombre es Mauricio Linares, hijo legitimo de María Bejarano y Efraín Segundo Linares, nieto de Celso Linares y María del Rosario. Lo que hago es escribir, y a su vez tomo esas historias y las voy contando desde hace 25 años, historias que habitan en mis recuerdos, que me acompañan desde niño, y que ahora, cuando he empezado a envejecer se han vuelto mi única compañía. Recuerdo a la muerte caminando despacio, erguida y silenciosa por el zaguán de mi casa atrapando solsticios y equinoccios que alumbraban el cielo. Recuerdo a las mujeres que rodeaban mi infancia, mi vieja abuela, mis tías solteronas, mi madre silenciosa y llena de temores, mis primas oliendo a limones frescos, la vieja Asunción que siempre me regalaba un dulce de coco. El viejo árbol de mandarinas donde muchas noches escuche a los antiguos contar aquellas historias que me deslumbraban mientras las imaginaba.
Recuerdo la casa vieja y amplia donde viví cuando era niño, pero que con los años y los nuevos hijos, hermanos, nietos y primos se fue haciendo cada vez más pequeña. La noche tibia de un martes donde por primera vez le robe un beso a Aurora y las otras noches cálidas donde nuestro amor le fue robando tiempo a la tristeza. Las calles por donde pasé camino a la escuela, algunas veces perezoso otras veces alegre.
Esos son mis recuerdos y de esos recuerdos escribo estas historias, son historias sencillas como los hombres y mujeres que las habitan. A veces huelen a mandarinas y mangos, otras veces a caña de azúcar, ron, soledad, amor y desencanto. Estas son mis historias que a la postre también le pertenecen a quien las lee y escucha.

la contraportada

Las páginas que estás a punto de abrir no suenan como las páginas de un libro común. Y es que no tienes en tus manos un libro común. Aquí escucharás susurros, murmullos, palabras tan íntimas que han de ser leídas en voz baja, palabras que nombran un mundo lejano, el mundo del recuerdo, un mundo que corre el riesgo de desaparecer si no vuelven a tener voz las palabras olvidadas que lo nombraban, las palabras que vuelven a sonar con la voz de Mauricio Linares, y que ahora viven en este bello libro. Shhh, shhhh, silencio, ¿no escuchas ya el murmullo de las palabras olvidadas?

un cuento

Si no nos vemos el martes, el universo se detendrá

Todos los martes a las seis de la tarde, cuando las mujeres en Buenaventura se ponían bonitas para olvidar que andaban tristes, y la brisa del mar salía para acariciar sus cuerpos y jugar con sus vestidos de colores, el viejo Eliseo Domínguez, que tenía noventa años, y la vieja Sebastiana Mera, que ya cargaba con ochenta y ocho, se encontraban en la playa para entregarse a los sortilegios de sus amores clandestinos.
La vieja Sebastiana Mera había sido casada por su familia hacía sesenta y nueve años, ocho meses y veintitrés días, porque no podían permitir que una muchacha blanca de la alta sociedad se enredara en amores con un negro de mierda llamado Eliseo. En cambio el viejo Eliseo Domínguez jamás se había casado, nunca se había entregado a una mujer distinta a su Sebastiana, porque sus sueños, las tristezas tan tristes que lo acompañaban, sus recuerdos y sus fantasmas le pertenecían a ella.

Y ahí, parados en la playa, los dos se miraban y, a pesar de los naufragios de la memoria, sentían lo mismo que habían sentido la primera vez que se vieron hacía setenta años. Se amaban con la misma intensidad, se necesitaban con la misma angustia, se tomaban de las manos para no olvidar que existían, y en un abrazo profundo se perdían en los intrincados laberintos del amor, a tal punto que Dios se asomaba a la orilla del universo para mirarlos. Entonces Dios sentía cómo el cansancio de su envejecido corazón se iba desvaneciendo y su mano buscaba entre las sombras una mano que lo condenara al vértigo del amor pero no la encontraba, la muerte se quedaba dormida entre los brazos del tiempo para olvidar su devastador oficio y el tiempo andaba despacio para no despertarla.

Cuando el viejo Eliseo Domínguez y la vieja Sebastiana Mera se despedían,  ella le gritaba desde el otro lado de la playa:
–Si no nos vemos el martes, el universo se detendrá.

Y así todos los martes a las seis de la tarde, cuando las mujeres en Buenaventura se ponían bonitas para olvidar que andaban tristes y la brisa del mar salía para acariciar sus cuerpos y jugar con sus vestidos de colores, los dos se encontraban en la playa.

Pero un día el tiempo tuvo que despertar a la muerte para recordarle que la vida es triste y no vale la pena seguir viviendo, así que ella bajó despacio a Buenaventura para arrastrar hasta el sueño profundo del olvido al viejo Eliseo Domínguez.

Desde la muerte de Eliseo Domínguez, todos los martes a las seis de la tarde, Sebastiana Mera se paraba en la playa perdida en las lagunas de su mente, que eran su refugio más seguro y allí entre sus desvaríos parecía encontrar sosiego al borde de un abismo del que solo la muerte podría venir a salvarla. Dios no se atrevía a asomarse a la orilla del universo para no morir de tristeza, la muerte no dormía y el tiempo aceleraba su paso para que todo se sucediera con mayor velocidad. El universo entero empezó a detenerse y la vida no fue más que el rezago de un mal sueño; así que la muerte decidió bajar a Buenaventura para arrastrar a la vieja Sebastiana Mera al sueño profundo del olvido, y llevó consigo al viejo Eliseo para que los dos se miraran y así el universo entero no se detuviera. Los dos se enredaron en un abrazo eterno y se amaron para siempre, por que el amor de este par de viejos era como el mar Caribe o el mar Atlántico, nunca como el Pacifico, porque este es un mar triste, gris y solitario.

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