Libro de la risa carnal

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Descripción

Título: Libro de la risa carnal
Autor: Antonio Rodríguez Almodovar
Ilustración de cubierta: Noemí Villamuza
ISBN: 978-84-936710-7-5
Nº de páginas: 90

sobre el autor

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la contraportada

Este curioso y divertido libro de A. R. Almodóvar contiene sus versiones de cuentos populares eróticos. Había gozado hasta ahora de una existencia semiclandestina, a la que el propio autor lo condenó, por remedar en algo la propia naturaleza del género, que solo salía a flote en la hora más íntima de la tertulia campesina. Era entonces, en el secreto de sus burlas a la cultura oficial, cuando nuestros braceros se soltaban la lengua y manifestaban libremente lo que les parecía la más íntima vida de curas, frailes y monjas, obligados a mantener un celibato en el que el pueblo llano nunca creyó. Ni que decir tiene que estos cuentos nunca se dieron a la estampa, salvo en colecciones etnográficas o minoritarias, ajenas por lo general a una más que llamativa circunstancia: que todos los cuentos españoles de esta encendida materia se refieren a las andanzas inconfesables del clero, sin excepción.

Antonio Rodríguez Almodóvar culmina así una larga dedicación a los cuentos populares españoles (Cuentos al amor de la lumbre, Cuentos de la Media Lunita , El bosque de los sueños, El texto infinito), a los que ha conseguido devolverles su dignidad, y su autenticidad, a menudo ignoradas o menospreciadas por la cultura oficial de este país.

un cuento

Cuento cortito del cura chiquitito

En un pueblecito de la sierra vivía un matrimonio con siete hijos, tós muertos de hambre. Un año tras otro, cuando llegaba el tiempo de la matanza, los pobres se quedaban mirando cómo hasta el cura sacaba su cerdo a la calle, lo mandaba matar y chacinar. Así tenía todo el año jamones, chorizos y presas en manteca.

El cura era por cierto lo menos que se despacha en cura. Tan chico que tenía que subirse a un taburete para alcanzar al sagrario y predicar. Y algunas veces se le confundía con un monaguillo. Pero todo lo que tenía de chico lo tenía de bien alimentado y de enamorado, que hasta se decía andaba detrás de la mujer del alcalde.

Un año, ya cerca de la navidad, no sabemos por qué, se le escapó el cerdo que con tanto cariño había estado engordando. Hoza que hoza por la cuneta, el animal se presentó a las puertas del matrimonio pobre. En cuanto lo sintieron gruñir, salieron los siete hijos a invitarlo a que pasara, y se conoce que el animal no tuvo inconveniente. Una vez dentro, y con las debidas consideraciones, lo llevaron al corral y dieron cuenta de él con un cuchillo bien afilado. Tan rápido fue todo que nadie interpretó los pocos chillidos que pegó el marrano sino como alguna pelea en cualquier cochinera de por allí.

Cuando el cura echó en falta su guarro, pilló un berrinche de órdago, y con lo chico que era por poco le da una alferesía. Fue preguntando por todas partes, pero nadie le daba rumbo del animal. Ya había empezado a resignarse, cuando un día escuchó cantar a la hija más pequeña del matrimonio pobre, que estaba saltando la cuerda con las amigas. Decía la niña:

El pobre marrano
del cura chiquito,
lo cogió mi padre
y lo hizo chorizos;
y con lo que sobra,
mi madre nos hace
un buen pucherito.

¡Caramba! Ya sé yo dónde está mi marrano, pensó el cura. Y ni corto ni perezoso llamó a la niña y le dijo:

– Mucho me ha gustado eso que has cantado. Y si eres capaz de repetirlo el domingo en la iglesia, te compro una muñeca.

Bueno, pues la niña dijo que sí, pero antes de que llegara el domingo se lo contó a sus padres, y estos le enseñaron otra copla.

Cuando llegó el domingo, estaba la iglesia de bote en bote, pues el cura había hecho correr que iba a producirse una revelación importante y que nadie debía faltar. Después del evangelio, se vuelve el cura para los feligreses, se sube a su taburete y empieza el sermón:

– ¡Hermanos! En estos tiempos que corren se está perdiendo el respeto por las cosas más sagradas. ¡Ya no se respeta ni la propiedad ajena! No sé si sabréis que yo mismo tengo un pleito en este pueblo. Y aunque no sea más que un asunto de embutidos, bueno y ejemplar será que se sepa. Pues bien, esta niña os dirá la verdad. Y como niña que es, tenéis que creerla, porque ya lo dijo Jesucristo: ¡Dejad que los niños se acerquen a mí! ¡Niña, canta!

Y la niña cantó:

El cura chiquito
pretende a una dama
con su choricito.
Siendo autoridad
como es el marido,
no sería raro
que le corte el pito
.

Y el cura enseguida dijo:

¡Orates frates!
¡Lo que dicen los niños
son disparates! 
.

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