Descripción
Título: Romances en rama
Autor: Ignacio Sanz
Ilustraciones: Manuel Gómez Zía
ISBN: 978-84-936710-4-4
Nº de páginas: 52
sobre el autor
Ignacio Sanz nació en Lastras de Cuéllar, Segovia, en 1953. Folklorista, escritor y narrador oral. Autor de una amplia obra que abarca novelas, relatos y literatura infantil y juvenil. Coordina el foro literario La Tertulia de los Martes y dirige el Festival de Narradores Orales de Segovia y de El Espinar.
la contraportada
“Ignacio Sanz nos ofrece aquí diez romances en los que combina hábilmente el tono dramático y la réplica humorística, el lirismo tenue y el distanciamiento irónico, implicando al lector, u oyente, en el desarrollo del relato. Diez romances que van de lo particular, sobre todo en la ubicación geográfica, a lo universal de los temas planteados: la calumnia, el elogio de los libros, el oscurantismo de la iglesia, el mítico don Juan… Todo ello salpicado de pespuntes satíricos y desde un enfoque frecuentemente paródico. Diez romances para ser leídos o escuchados, pues además de dar carácter a este libro forman parte de su repertorio como narrador oral y han sido lanzados al aire desde los más diversos escenarios por todos los rincones de esta España nuestra.”
[Ramón García Mateos]
un cuento
Romance que trata de los peligros espantosos que provocan los libros
Aquí comienza un romance
que trata de los peligros
espantosos que provoca
la relación con los libros.
Pongan atención, señores,
agucen vista y oído,
porque iremos relatando
sus efectos negativos.
Los libros son artefactos
que conducen al conflicto.
Llevar un libro en la mano
tendría que ser delito.
Con acierto, algunos reyes,
los mantuvieron prohibidos,
mientras al pueblo le daban
fiestas de toros y circo.
Mi abuelo fue estraperlista,
gran corredor de caminos;
y mi padre comerciante
de licores y de vinos.
La vida no les fue mal,
hasta que la muerte quiso.
Y en su vida no hubo nunca
rastro lejano de libros.
Fíjense en el presidente
de los Estados Unidos:
tuvo que elegir un día
entre armamentos o libros
y ya ven donde ha llegado,
con su poder infinito,
que tiene el mundo a sus pies,
literalmente rendido.
Don Quijote de la Mancha
fue lector empedernido,
y ahí lo tienen ustedes,
preso de sus desvaríos,
atrapado en sus quimeras,
y siempre metido en líos.
Mientras, el bueno de Sancho,
sólo recibe castigos.
Muchos fuegos pavorosos
que aniquilan edificios
comienzan ¿dónde comienzan?:
en las páginas de un libro.
Porque la gente se abstrae
con ensueños y delirios,
mientras las llamas avanzan
con su paso destructivo.
Las migrañas, las jaquecas,
los retortijones de hígado,
cegueras y cataratas,
la flojedad de intestinos,
o esos dolores terribles
que dan las muelas del juicio,
encuentran en la lectura
un cómplice decisivo.
El marrano suculento
llamado también cochino,
cuyas ancas se convierten
en jamones exquisitos,
anda libre por el campo ,
entre encinas y quejigos.
De libros no sabe nada.
¡Y qué bien sabe el gorrino!
Dicen que el sabio más sabio
de todos los tiempos idos
fue Sócrates, un filósofo
muy sagaz y persuasivo,
inventor de un pensamiento
llamado de los sofísticos.
Pues bien, lo cierto es que Sócrates
no escribió jamás un libro.
Ya lo están viendo ustedes,
los libros son muy dañinos,
no nos dejan ver la tele
cada vez que los abrimos.
Y sin tele ¿qué es la vida?:
un horror, un cataclismo,
una caída al silencio,
un despeñarse al vacío.
La gente que ahora me escucha
supongo que ha comprendido
las amenazas que esconden
estos objetos nocivos.
De tal modo que actuarán
como dicta el buen sentido.
El que evita la ocasión
está evitando el peligro.
Los libros son contagiosos,
además de corrosivos,
disuelven el pensamiento
y socavan los principios.
Convierten a muchos hombres
obedientes y pacíficos,
en personas temerarias
y en ciudadanos altivos.
Bajo su aspecto inocente
se resguarda un fementido,
un farsante, un impostor,
un trapacero legítimo,
Las palabras que lo forman
nos hacen perder el juicio,
y nos llenan la cabeza
de quimeras y de grillos.
¿Quién fue Miguel de Cervantes?
¿Y quién Homero o Virgilio?
Góngora, Lope o Quevedo,
palabristas de artificios;
Baroja, Valle, Machado,
Borges, Neruda o Calvino,
inventores engañosos
de falsos mundos ficticios.
Llevar un libro en la mano
tendría que ser delito;
espero que tomen nota
que sé muy bien lo que digo,
que yo caí en sus páginas
y abracé todos los vicios.
Pero el romance se acaba
y con ello me despido.
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