Descripción
Título: Suvenires
Autor: Rafa Ordóñez
Ilustración de cubierta: Alberto Gamón
ISBN: 978-84-936710-6-8
Nº de páginas: 187
sobre el autor
¡Hola! Soy Rafael Ordóñez Cuadrado.
Nací en Aguilar de Campos (Valladolid), pero me llevaron muy pronto a Madrid , al barrio de Carabanchel. Allí crecí y aprendí a vivir, me rompí un brazo tres veces, sufrí con mi Atleti e hice algunos amigos. Luego me dio por leer, por escuchar y contar cuentos y por escribir alguna cosilla.
Y con esto disfruto, viajo, conozco gente, sonrío, me emociono e intento que mis palabras, y mis silencios, sean tuyos.
la contraportada
Podía haberte traído una máscara. O un llavero. Estuve a punto de comprar un colgante. También vi una camiseta muy chula. Incluso llegué a pensar que te gustaría un queso. Me aconsejaron unas semillas de una extraña planta.
Pude haberte comprado tantas cosas… Pero dudaba, dudaba tanto que no me decidía por nada. Hasta que encontré la fórmula para que lo recordaras todo.
Te traje un cuento, muchos cuentos. Todos para ti.
un cuento
Sueño
El verano avanza con paso lento, denso, pesado. Manuel lucha contra el calor, contra el aburrimiento, contra la costumbre. Sueña con viajar, realizar un largo recorrido por los lugares más deseados de su adolescencia. Se ve en el Caribe, rodeado de palmeras y envuelto por la espuma del mar y la blanca arena . Otras veces sus fantasías le llevan al Mediterráneo, a las islas griegas, origen de tantos y tantos anhelos, y se cree un Ulises moderno con móvil y chanclas, recorriendo ruinas arqueológicas y tabernas escondidas. También hay ocasiones en las que atraviesa los espesos bosques centroeuropeos como un caminante medieval en busca de aventuras y fortuna.
Así día tras día.
Una noche de agosto, una agobiante noche de verano en la que el calor y los ruidos dominan la atmósfera de una manera aplastante, Manuel tiene sueño, mucho. Le duelen los ojos, no puede dormir. Lleva más de dos horas dando vueltas en la cama. Su nerviosismo crece angustiosamente.
El desasosiego es tan intenso que llega un momento en el que decide escapar. Sin meditarlo mucho, se levanta, se viste y sale a la calle. Si no puede dormir al menos no pasará calor.
Sus pasos le llevan a una pequeña plaza, recogida y fresca, donde un quiosco de temporada le llama la atención. Dos camareros charlan con aburrimiento, hay pocos clientes.
Parece que aquí se está bien, piensa Manuel mientras se sienta y pide una cerveza helada.
Tras saborear la espuma, cierra los ojos y sonríe satisfecho. Cada vez se encuentra mejor. Sopla un ligero airecillo y los hirientes sonidos de la gran ciudad van atenuándose con lentitud. Está tan a gusto que sus ojos comienzan a ceder y empieza a dormirse…
Entonces, en la penumbra, en el límite de la vigilia y el sueño, vislumbra una figura femenina al final de la calle. Poco a poco se acerca, pero sus párpados ceden. Ella sigue aproximándose, pero Manuel no puede más. Sin voluntad alguna se queda dormido.
Y sueña.
Sueña que se encuentra tumbado en una paradisíaca playa tropical. El sol, radiante, ocupa todo el espacio recortando la silueta de las esbeltas palmeras en un límpido cielo azul. Desde su confortable hamaca advierte cómo se le acerca una mujer. La imagina más bella que la que acaba de conocer en la plaza (los sueños son egoístas). Lentamente se le acerca, juguetea con una roja estrella de mar. Y sin embargo Manuel no puede evitarlo; está muy cansado, se está durmiendo…
Y sueña.
Sueña con una mujer más bella aún. Se dirige hacia él. Se encuentran en la cubierta de un moderno y gigantesco trasatlántico que navega con soltura por el Egeo. El cabeceo del mar le produce una suave sensación de comodidad. A pesar de su voluntad, en su mente tan solo se graba el refulgente brillo del lujoso collar de perlas negras antes de quedarse dormido…
Y sueña.
Sueña con una verde pradera bañada por los rayos de una espléndida luna llena mientras una leve brisa acaricia su rostro. Recostado sobre el tronco de un inmenso roble, observa cómo una mujer, la criatura más fantástica, la más preciosa de cuantas ha conocido en su vida, se encamina hacia él. A dos pasos se detiene, le mira con infinita dulzura y levanta con suavidad su mano izquierda ofreciéndole una rosa blanca con pequeñas manchas rojas. No está seguro, pero cree que le va a acariciar…
Entonces se despierta ligeramente irritado, el barco se mueve más de lo aconsejable para tratarse de un crucero de placer. Pero da igual, ella está allí, acercándose despacio. No es tan hermosa como la mujer de la pradera, pero aún así es bastante linda. Se detiene a su lado, le observa con una deliciosa sonrisa en los labios…
Despertar en una playa tropical puede ser algo maravilloso, pero no es este el caso. El mar está revuelto, los bañistas abandonan la arena con manifiesta agitación. Manuel también se levanta. Allí está ella. Es guapa, no posee una belleza deslumbrante, pero si no hay comparaciones resulta agraciada. Sus manos son alas que rompen el aire para acariciar el cuerpo de Manuel, despacio, muy despacio…
El impacto es tremendo. Al abandonar el sueño nota un terrible dolor en su cuello, la postura sobre aquella silla es bastante incómoda y comienza a hacer frío. Los aburridos camareros despliegan una infinita gama de molestos ruidos al recoger las mesas.
Manuel cabecea, intenta centrarse en la tediosa vigilia, y entonces la ve.
En efecto, la mujer, que nunca podría ser considerada como un modelo de belleza, aunque en sus ojos pueda verse la fuerza del universo, está allí, frente a él, con una blanca camiseta en la que se acomoda una roja estrella de mar. Sobre su cuello, una gargantilla de cuentas negras brilla bajo el efecto de las farolas mientras levanta, con su mano izquierda, el producto de su precario negocio: una reseca rosa blanca con manchitas rojas.
Manuel está aturdido, la contempla con ojos todavía velados.
– Tú, tú… Pero tú…, ¿eres realmente de verdad? o…, ¿o eres un sueño?
Ella, agradecida, desarmada, incrédula, se ruboriza. Mira hacia el suelo confusa y, con ilimitada ternura, contesta:
– ¡Vaya! Es la cosa más bonita que me han dicho en toda la vida.
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